El Inimitable Jeeves by Pelham G. Wodehouse

El Inimitable Jeeves by Pelham G. Wodehouse

autor:Pelham G. Wodehouse [Wodehouse, Pelham G.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Humor
publicado: 2009-11-28T00:43:09+00:00


optimismo y buena fe, creyendo cada palabra que leía en los periódicos referente a la forma de Brisa del Océano; privando de la comida a su mujer y a sus hijos para poder apostar por el noble

bruto; no bebiendo cerveza para poder añadir un chelín más; vaciando la hucha de su hijito con una aguja de sombrero la víspera de la carrera; y finalmente sumiéndose en la ruina más absoluta. Fue extremadamente impresionante. Pude ver al viejo Rowbotham haciendo con la cabeza suaves señales de aprobación, mientras el pobre Butt miraba al orador con mal disimulados celos. El auditorio estaba pendiente de sus labios. —Pero ¿qué le importa a lord Bittlesham —gritó Bingo— si el pobre trabajador pierde los ahorros tan duramente adquiridos? Os digo, amigos y camaradas, que podéis hablar, que podéis discutir, que podéis aclamar, y que podéis presentar proposiciones, pero lo que vosotros necesitáis es acción. ¡Acción! ¡El mundo no será un lugar apropiado en donde puedan vivir los hombres honrados, hasta que la sangre de lord Bittlesham y de sus semejantes no afluya por los arroyos de Park Lane!

Del populacho, que supongo había apostado en su mayoría por el maldito jamelgo, y lo sentía profundamente, se levantaron rugidos de aprobación. El viejo Bittlesham pegó un salto en dirección a un corpulento y triste policía que contemplaba la escena, y pareció instarle a que interviniera. El policía se atusó el bigote y sonrió suavemente, pero esto fue todo lo que parecía dispuesto a hacer; y el viejo Bittlesham volvió hasta donde yo me hallaba, resoplando con furia. —¡Es monstruoso! Ese hombre amenaza positivamente mi seguridad personal, y el policía se niega a intervenir. Dijo que no eran más que palabras. ¡Palabras! ¡Es monstruoso! —¡De acuerdo! —dije, pero no puedo afirmar que esto le animara mucho. El camarada Butt habla ocupado ahora el centro del estrado. Su voz resonaba como una trompeta del día del Juicio y se podía oír cada una de sus palabras, pero en realidad no parecía tener éxito. Supongo que esto se debía a que era demasiado impersonal, si ésta es la palabra adecuada. Después del discurso de Bingo el auditorio estaba en unas condiciones de espíritu que requerían algo mucho más mordaz que unas meras observaciones generales a propósito de la causa. Empezaban a bombardear con sarcasmos al pobre desgraciado, cuando éste se detuvo en medio de una frase, y observé que estaba mirando fijamente al viejo Bittlesham. La muchedumbre pensó que tenía la garganta seca. —Tómese una pastilla —sugirió alguien.

El camarada Butt se recobró con un sobresalto, e incluso desde donde me hallaba pude ver que un resplandor malvado brillaba en sus ojos. —¡Ah! —gritó—. Podéis burlaros, camaradas; podéis mofaros y sonreír con desprecio, y podéis ponerme en ridículo; pero dejadme deciros que el movimiento se extiende cada día más. Sí, incluso se va extendiendo entre las llamadas clases superiores. Puede que me creáis cuando os diga que aquí, en este mismísimo lugar, tenemos en nuestro pequeño grupo a uno de nuestros



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